domingo, 3 de enero de 2010

Él. Tú.

Me miró. Y sentí su sonrisa acariciando mi rostro. Lo sintió. Me obligó. A darme cuenta de que le quería más de lo que pensaba. Que me faltaba el aire para respirar. Que tenía una necesidad loca de respirar de su boca, y quería abrazarle a cada instante. Me di cuenta, al fin, de que le quería, de que me quería, y de que nunca estaría más preparada. Que le esperaba cada día, que cada momento me importaba. Que podía tocar mis deseos con la palma de mi mano. Porque mi deseo era él. Era su piel, sus ojos, su sonrisa, y su equilibrio loco, su necesidad, su libertad, sus besos. Él. Él era mi trampa. Mi pequeño, era él. Tú.

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