Él está tumbado junto a mí, boca arriba, y juega con mi pelo, llenándolo de ramitas y de flores, de paz.
Apuro mi helado de limón, medio derretido, mientras la tarde se escapa en el reflejo del río.
Siento la tranquilidad, que se ve perturbada por un ataque de risa provocado por una oleada de cosquillas.
- ¡Para! ¡Basta, por favor! - grito, riéndome tanto que se me caen las gafas de sol.
Pero él no para, y eso me encanta. Ataca una vez más cuando me giro inesperadamente y le agarro ambas manos. Inmovilizado, él sonríe y me mira, y entonces, decidida y con más ganas de jugar que nunca, dejo escapar un ''te vas a enterar'' y le beso fuertemente en los labios.
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